sábado, 29 de mayo de 2010

La abolición del hombre (y 27)

Si comparamos el principal portavoz de la época moderna, Bacon, con el Fausto de Marlowe, la semejanza es impresionante. Algunos críticos dicen que Fausto tiene sed de conocimientos. En realidad apenas se insinúa esta sed en él. No es la verdad lo que él desea de los demonio, sino oro, armas y mujeres. "Todo lo que se mueve entre los polos fijos estará bajo tuu mando" y "un buen mago es un dios poderoso" (C. Marlowe, Dr. Faustus). Según ese mismo espíritu Bacon condena a los que consideran que el conocimiento es un fin en sí mismo. Para él esto significaría usar como amante para el placer a la que debería ser la esposa para la descendencia (F. Bacon, Of Proficience and Advancement of Learning). El auténtico objetivo es ampliar el poder del Hombre hasta llegar a la realización de todas las cosas posibles. Si rechaza la magia es porque no funciona, pero su meta es la misma que la del mago. En Paracelso, los caracteres del mago y del científico están combinados. No hay ninguna duda de que en los que en verdad fundamentaron la ciencia moderna, el amor por la verdad superaba generalmente el amor por el poder: en todo movimiento de elementos complejos los resultados vienen de los elementos buenos, no de los malos. Pero la presencia de los elementos malos no es irrelevante para la dirección que toman los resultados. Quizá sería exagerado afirmar que el movimiento científico moderno estaba viciado desde su origen, pero me parece que sí se puede decir sin miedo a equivocarse que ese movimiento nació en un ambiente malsano y en un momento desfavorable. Sus triunfos han llegado quizá demasiado rápidos y probablemente a un precio demasiado algo. Quizá se requiere una cierta reconsideración y algo así como una penitencia o arrepentimiento.

¿Sería posible, pues, imaginar una nueva Filosofía Natural siempre consciente de que "el objeto natural", producto del análisis y de la abstracción, no es la realidad sino sólo un punto de vista, y que además esa Filosofía Natural estuviese siempre dispuesta a corregir la limitación creada por la abstracción? Ni yo mismo sé muy bien lo que estoy auspiciando. Se dice que el acercamiento de Goethe hacia la Naturaleza merecería mayor consideración, que incluso el doctor Steiner puede haber captado aspectos que se han escapado a los investigadores ortodoxos. La ciencia regenerada que tengo en mi cabeza no haría las barbaridades que la ciencia moderna amenaza hacer al Hombre, ni siquiera a los minerales o a las plantas. No explicaría nada dándolo por supuesto. Hablando de las partes, no perdería de vista el todo. Estudiando lo Objetivo, no perdería lo que Martín Buber llama lo Subjetivo. La analogía entre el Tao del Hombre y los instintos de una especie animal significaría para ésta una nueva luz proyectada sobre lo desconocido, el instinto, de la realidad íntimamente conocida de la conciencia, y nunca una reducción de la conciencia a la categoría de instinto. Los que cultivasen esa Filosofía Natural renovada no podrían utilizar a su arbitrio las palabras sólo y simplemente. En otros términos: conquistaría la Naturaleza sin ser al mismo tiempo conquistada, y alcanzaría el conocimiento a un precio que no sea la propia vida.

Quizá pido un imposible. Quizá, en la Naturaleza de las coss, la comprensión analítica tiene que ser siempre como un basilisco que mata todo lo que ve y que ve sólo matando. Pero si los mismo científicos son incapaces de poner coto antes de que alcance a la Razón común, y mate también a ésta, entonces algún otro tendrá que detener ese proceso. Lo que más miedo me da es sentirme rebatido con la frase de que no soy otra cosas que "un oscurantista más" y que esta barrera como todas las barreras que se alzaron anteriormente contra el progreso de la ciencia será fácilmente derribada. Tal respuesta brota del fatal "serialismo" (de "seriales" de la imaginación moderna: la imaginación de una infinita progresión unilineal que tanto obsesiona a nuestras mentes. Por el hecho de que debemos usar tanto los números, tendemos a imaginar que todo el proceso es como una serie numérica en el cual cada paso, hasta la eternidad, se asemeja exactamente al precedente. Os ruego que recordéis el irlandés y sus estufas. Hay progresiones en las que el último paso es sui generis, no parangonable a los anteriores y en los cuales llegar hasta el final significa deshacer toda la fatiga del camino ya hecho. Reducir el Tao a un simple producto natural es un paso de este tipo. En ese momento, el tipo de explicación que pierde las cosas explicándolas puede darnos algo, pero a un precio demasiado elevado. En cualquier caso, no se puede continuar constantemente perdiendo las cosas. Se acabaría por descubrir que a fuerza de explicarlo todo se ha perdido la explicación. No se puede estar siempre "viendo a través" para alcanzar qué es lo que hay detrás de cada realidad significativa. Es bueno que la vetana sea transparente, pero esto es así porque la calle o el jardín que están detrás son opacos. Pero ¿qué sucedería si viésemos también a través el jardín? Es inútil tratar de ver detrás de los primeros principios. Si se ve a través de todo, entonces todo es transparente. Pero un mundo completamente transparente es un mundo invisible. "Ver a través de todo" es lo mismo que no ver.

La abolición del hombre (26)

No perdamos las cosas explicandolas

Nada de lo que yo pueda decir impedirá que algunos consideren este ensayo como un ataque a la ciencia. Por supuesto, niego esta interpretación acusatoria: y los verdadero Filósofos Naturales (algunos de ellos viven actualmente) se darán cuenta de que al defender los valores estoy defendiendo, entre otras cosas (inter alia), el valor del conocimiento, que estaría destinado a morir, como cualquier otro valor, en el momento en que se cortaran las raíces del Tao. Pero puedo llegar más lejos. Me atrevo a sugerir que el remedio puede venirnos de la misma ciencia.

Antes definí como "un pacto con el diablo", es decir brujería, el proceso por el cual el hombre va poniendo en manos de la Naturaleza objeto tras objeto, hasta llegar a sí mismo, a cambio de obtener el poder. Hablaba en serio. El hecho de que el científico lograse el éxito allí donde el brujo fracasó ha hecho que, en la mentalidad popular, aparezca tal diferencia entre la idea del científico y la idea del brujo que se malentiende la verdadera historia del nacimiento de la Ciencia. Es fácil encontrar quien escriba del siglo XVI como si la Magia fuese un residuo superviviente de la época medieval y que, por el contrario, la Ciencia era la novedad que venía a expulsarla. Cualquiera quey haya estudiado esa época está mejor informado. En el medioevo se practicaba poquísima magia. Son los siglos XVI y XVII los que representan el apogeo de la magia. La práctica mágica seria y la práctica científic seria son hermanas gemelas: una nació enferma y murió, la otra fuerte y prosperó. Pero eran gemelas: habían nacido del mismo impulso. Admito que algunos (ciertamente no todos) entre los primeros científicos estaban animados por un puro amor al conocimiento. Pero si consideramos el carácter de la época en su conjunto, podemos advertir con claridad el impulso del que estoy hablando.

Hay algo que unifica la magia con la cienci aplicada y separa ambas de la "sabiduría" de los tiempos antiguos. Para los sabios del pasado la cuestión clave era cómo adecuar el alma a la realidad, y la solución era el conocimiento, la autodisciplina y la virtud. Tanto para la magia como para la ciencia aplicada el problema es cómo someter la realidad a los deseos del Hombre, y la solución está en una técnica. Y las dos, para poner en práctica esa técnica, están dispuestas a hacer cosas que hasta ahora fueron consideradas ingratas e impías, como desenterrar y mutilar cadáveres.

La abolición del hombre (25)

Desde este punto de vista la conquista de la Naturaleza aparece con una luz nueva. Nosotros reducimos esas cosas a simple Naturaleza de modo que podamos conquistarla. Estamos siempre conquistando la Nautraleza, porque "Naturaleza" es el nombre que damos a lo que, en cierta medida, hemos conquistado. El precio de la conquista es tratar las cosas como simple Naturaleza. Cada conquista de la Naturaleza acrecienta el dominio. Las estrellas no se hacen Naturaleza hasta que no podemos medirlas y calcular su peso; el alma no se hace Naturaleza hasta que no podemos psicoanalizarla. Quitar poderes a la Naturaleza es también un sometimiento de las cosas a la Naturaleza. Mientras este proceso se detiene antes de llegar al estadio final, podemos pensar que la ganancia superan las pérdiddas. Pero en cuanto demos el paso final de reducir nuestra propia especie humana al nivel de simple Naturaleza, todo el proceso se hace vano, porque entonces el ser que gana y el ser que es sacrificado es uno y el mismo. Este es uno de los muchos ejemplos en que mantener u principio hasta lo que parece una conclusión lógica conduce al absurdo. Es como la famosa historieta del irlandés que descubrió que un cierto tipo de estufa reducía a la mitad el consumo de leña y de ahí concluyó que con dos estufas de ese tipo podría calentar la casa sin leña ninguna. O como en el caso del pacto con el diablo: renuncia a tu alma a cambio del poder: una vez hayamos renunciado a nuestras almas, es decir, a nosotros mismos, el poder así adquirido ya no puede pertenencernos. En realidad seremos esclavos y fantoches de aquel a quien hemos cedido el alma. En el poder del hombre está el tratarse a sí mismo como un simple "objeto natural", y a los propios juicios de valor como materia prima para manipularla científicamente alterándola a placer. La objeción a tal operación no reside en el hecho que este punto de vista sea doloroso y traumático hasta que nos habituemos a él (como para quien entre por primera vez en la sala de disección). Dolor y trauma constituyen todo lo más una advertencia y un síntoma. La verdadera objeción es que si el Hombre elige tratarse a sí mismo como material prima, materia prima será. Pero no una materia prima que, como había imaginado ingenuamente, iba a ser manipulada por él, sino el simple apetito, es decir, la simple Naturaleza en la persona de sus condicionadores deshumanizados.

Como Lear, hemos tratado de seguir dos caminos a la vez: renunciar a nuestra prerrogativa humana y, al mismo tiempo, retenerla. Es imposible. O somos espíritus racionales siempre obligados a obedecer los valores absolutos del Tao, o bien somos simple Naturaleza para que hagan con ella lo que quieran los dueños que, por hipótesis, no pueden tener otros motivos que sus impulsos naturales. Únicamente el Tao proporciona una común regla humana de acción que puede acoger en sí misma dirigentes y dirigidos a la vez. Una fe dogmática en valores objetivos es imprescindible absolutamente para la idea incluso de una dirección que no sea tiranía o de una obediencia que no sea esclavitud.

No pienso ahora solamente, ni siquiera principalmente, en aquellos que son nuestros enemigos públicos. El proceso que, si no se controla, abolirá al hombre se abre rápidamente camino entre los comunistas y los demócratas no menos que entre los fascistas. Al inicio puede que los métodos difieran en brutalidad, pero muchos científicos de suave mirada, muchos dramaturgos pupulares, muchos filósofos aficionados entre nosotros equivalen a largo plazo a los legisladores nazis de Alemania. Los valores tradicionales están destinados a ser criticados desenmascadoramente y el género humano está destinado a ser remodelado según la voluntad o, más bien, el capricho de unos pocos afortunados miembros de una generación afortunada que hayan aprendido cómo hacerlo. Nuestro propio lenguaje comienza a estar condicionado por la fe en que puedan inventar "ideologías" a placer y que, en consecuencia se puede tratar el género humano como pura naturaleza, como ejemplares preparados. Hubo un tiempo en que a los hombres malos se les mataba, hoy se liquidan los elementos asociales. La virtud se ha convertido en integración y la diligencia en dinamismo, y los jóvenes capacitados para realizar misiones importantes en la sociedad son "cuadros potenciales". Y, lo más asombroso de tod, las virtudes de la sobriedad y la templanza, e incluso la inteligencia común, son obstáculos para la mente.

El verdadero significado de lo que está sucediendo es ocultado por el uso de la abstracción Hombre. No es que la palabra Hombre sea necesariamente una pura abstracción. En el propio Tao, permaneciendo en su interior, encontramos la realidad concreta participar en lo que significa verdaderamente hombres: manifestar realmente una voluntad común y una común razón de humanidad que son como un árbol vivo que florece y, al cambiar las situaciones, son como nuevas ramas en aplicaciones llenas de hermosura y dignidad. Mientras hablamos desde dentro del Tao, podemos hablar del Hombre que tiene poder sobre sí mismo en un sentido verdaderamente análogo al autocontrol de un individuo. Pero en cuanto nos alejamos y miramos al Tao como un mero producto de la subjetividad, esta posibilidad desaparece. Lo que hoy es común a todos los hombres es una mera abstracción universal, una especie de Máximo común divisor, y la conquista de sí mismo por parte del hombre significa sencillamente el dominio de los condicionadores sobre el material humano condicionado, el mundo de la posthumanidad que es lo que casi todos los hombres de todas las naciones, unos conscientemente y otros inconscientemente, están trabajando para producir.

La abolición del hombre (24)


Las aparentes derrotas de la Naturaleza: retiradas estratégicas

Así pues en el momento de la victoria del Hombre sobre la Naturaleza, encontramos toda la especie humana sujeta a algunos individuos, y éstos sujetos a lo que en ellos es puramente "natural": sus impulsos irracionales. La Naturaleza, desvinculada de los valores, domina a los condicionadores y, por medio de ellos, a toda la humanidad. Así resulta que la conquista de la Naturaleza por parte del hombre es, en el momento de su culminación, la conquista del hombre por parte de la Naturaleza. Cada victoria, en apariencia nuestra, nos ha llevado, paso a paso, a esta conclusión. Todas las aparentes derrotas de la Naturaleza no han sido otra cosa que retiradas estratégicas. Pensábamos que la habíamos hecho huir y en realidad era ella la que nos llevaba consigo. Lo que nos parecía manos alzadas en señal de rendición eran en realidad brazos abiertos en espera de cerrarse para siempre sobre nosotros. Si llega alguna vez a existir el mundo completamente planificado y condicioinado (con su Tao reducido a simple producto de la planificación), la Naturaleza ya no será nunca más perturbada por la especie indócil que se le alzó en rebelión hace tantos millones de años, ya no será nunca más hostigada por parloteos sobre verdad y piedad y belleza y felicidad. Ferum victorem cepit: y si la eugenesia llega a ser suficientemente eficaz estará en los brazos protectores de los condicionadores, y los condicionadores en los brazos protectores de la Naturaleza. Y así hasta que caiga la luna y se apague el sol.

Mi punto de vista quedará más claro si lo presento de otra forma. La palabra Naturaleza tiene varias acepciones que serán mejor comprendidas si consideramos los respectivos contrarios. Lo Natural es contrario de lo Artificial, de lo Civil, de lo Espiritual y de lo Sobrenatural. En este momento lo Artificial no nos interesa. Pero si tomamos la lista de contrarios que queda, pienso que nos será posible hacernos una sumaria idea de lo que los hombres han entendido por Naturaleza y de lo que se le opone. La Naturaleza parece limitarse al concepto de espacial y temporal, distinto de lo que lo es menos o no es en absoluto. Parece ser el mundo de la cantidad: el mundo de lo limitado contra el mundo de la cualidad; el mundo de los objetos contra el de la conciencia; el mundo de lo que no conoce valores contra el que los tiene y a la vez los percibe; el mundo de las causas eficientes (o, en algunos sistemas modernos, de la absoluta carencia de causalidad) contra las causas finales. Mi opinión es que cuando comprendemos una cosa analíticamente y por tanto la dominamos y nos servimos de ella para nuestro interés, la reducimos al nivel de la "Naturaleza" en el sentido de que suspendemos todo juicio de valor sobre ella, ignoramos la causa final (si es que hubiera alguna) y la tratamos en términos de cantidad. Este cerrar los ojos a aspectos de lo que, de otra manera, rachazaríamos con todo nuestro ser, es a veces muy patente, y incluso doloroso: se necesita superar algo antes de lanzarse a cortar en pedazos el cadáver de un hombre o el cuerpo de una animal vivo en la sala de disección. Estos objetos resisten al movimiento del pensamiento por medio del cual los catapultamos al mundo de la simple Naturaleza. Pero también en otros casos se nos pide el mismo precio para lograr nuestro conocimiento analítico y nuestro poder de manipulación. Cuando cortamos los árboles para hacer vigas, no los consideramos ninfas u objetos hermosos: quizá el primer hombre que los cortó debió haber sentido agudamente el precio que pagaba, y los árboles sangrantes de Virgilio y de Spenser quizá eran el eco remoto de un sentimiento primitivo de impiedad. Las estrellas perdieron su divinidad conforme se fue desarrollando la astronomía, y ya no hay sitio para el Dios Moribundo en la agricultura química. Sin duda, para muchos este proceso representa simplemente el descubrimiento gradual de que el mundo real es distinto de lo que pensaban los antiguos, y la vieja oposición a Galileo o a los "desenterradores de cadáveres" es simple oscurantismo. Pero la historia no acaba aquí. No son los grandes científicos modernos los que se sienten seguros de que el objeto, despojado de sus propiedades cualitativas y reducidad a pura cantidad, sea completamente real. Son los científicos menores, los pequeños aficionados que les siguen, los que piensan así. Las grandes mentes saben perfectamente que el objeto, tratado de esa manera, es una abstracción artificial, que una parte de la realidad se ha perdido.

viernes, 28 de mayo de 2010

La abolición del hombre (23)

Y, sin embargo, los condicionadores actuarán. Diciendo, como acabo de decir, que todos sus motivos deseparecerán, hubiera podido añadir: todos los motivos, menos uno. Todos los motivos que no tengan más validez que la de su emotividad en un momento dado, desaparecerán. Todo, menos el sic volo, sic jubeo, será elimanado. Y lo que no ha tenido nunca pretensiones de objetividad no puede ser destruido por el subjetivismo. El impulso de rascarme cuando tengo picor o de criticar cuando me meto en asuntos ajenos no tiene nada que ver con aquello que por el contrario involucra mi sentido de la justicia, o del honor, o mi interés por la posteridad. Cuando todo aquello que me lleva a decir "es bueno" ha sido criticado desenmascadoramente no queda nada más que lo que me impulsa a decir "quiero". Esto no puede ser demolido o "analizado en profundidad" pues nunca pretendió tener justificación. Por tanto los condicionadores deberán llegar a un pnto en que estén motivados exclusivamente por su propio placer.

Aquí no se trata de la influencia corruptora del poder, ni del temor a que por ese camino nusetros condicionadores degeneren. Las mismas palabras corrupto y degenerado implican un juicio de valor y por eso en esete contexto no significan nada. Mi punto de vista es que los que se sitúan fuera de todo juicio de valor no tienen ninguna base sobre la que elaborar una preferencia de uno de sus impulsos frente a otro, salvo la fuerza emotiva del mismo impulso.

Podemos esperar legítimamente que entre los impulsos surgidos en mentes tan vaciadas de todo motivo "razonable" o "espiritual", algunso serán benévolos. Por mi prte, dudo mucho que los impulsos benevolos, despojados de todo preferencia y fortaleza que el Tao nos enseña a darles, y dejados a su fuerza y influencia. Dudo seriamente que la historia nos ofrezca algún ejemplo de un hombre que, habiendo abandonado la moralidad tradicional para hacerse con el poder, se haya servido de él en buena dirección. Me inclino más bien a pensar que los condicionadores odiarán a los condicionados. Por mucho que consideren que la conciencia artificial que producen en sus sujetos es una ilusión, se darán cuenta de cómo esa conciencia o esa ilusión crea en nosotros un sentido de la vida que contrasta aventajándola con la futilidad de la de ellos: y nos envidiarán como los eunucos envidian a los hombres. Pero no quiero insistir sobre este punto porque se trata de una mera conjetura. Lo que no es conjetura es que nuestra esperanza, incluso la esperanza de una felicidad "condicionada" se apoya sobre loq eu ordinariamente se llama "casualidad": la casualidad de que los impulsos benévolos puedan, en conjunto, prevalecer en nuestros condicionadores. En efecto, sin el juicio "la benevolencia del bien" -es decir, sin retornar al Tao- los condicionadores no tienen ningún fundamento para promover o alimentar tales impulsos en vez de otros. Sobre la base de la lógica de su posición no deberán hacer otra cosa que tomar sus impulsos como vengan, al acaso, al azar. Y aquí Acaso significa Naturaleza. Los motivos de los condicionadores brotarán de la herencia, de la digestión, del clima, de las asociaciones de ideas. Su extremo racionalismo "buscando razones escondidas" a través de cada motivo "razonable" los hace criaturas de un comportamiento totalmente irracional. Si no obedecéis al Tao, y no os suicidáis, la única dirección que queda es la de la obediencia al impulso (y por tanto, a largo, a la simple "Naturaleza").

La abolición del hombre (22)

Así, pues, los condicionadores deben elegir según sus propias razones que género de Tao artificial quieren producir en la especie humana. Ellos son los motivadores, los creadores de los motivos. Pero ellos mismo ¿por qué motivos actuarán? Quizá durante algún tiempo sean motivados por el antiguo Tao "natural", merced a una cierta pervivencia de éste en sus mentes. De este modo, al principio, podrán considerarse ellos mismos como servidores y custodios de la humanidad, y convencerse de que tienen el "deber" de hacerla "buena". Pero sólo por confusión podrán mantenerse en esta situación. Ellos saben perfectamente que el concepto de deber es el resultado de ciertos procesos que ya saben controlar. Su victoria ha consistido precisamente en pasar de un estado en que se encontraban condicionados por tales procesos a un estado en que se sirven de esos procesos como de instrumentos. Una de las cosas que deben decidir es si condicionar o no el resto de los hombres de manera que conserven la vieja idea de deber y las antiguas reacciones ante él. ¿Cömo podría el deber ayudarles a decidir? El deber está a su vez bajo proceso, por tanto no puede ser juez. Y lo "bueno" es enemigo de lo mejor. Saben perfectamente cómo producir en nosotros una docena de conceptos distintos del bien. La cuestión es cuál de esos producir. Ninguna idea de bien podrá ayudarles a decidir. Sería absurdo que se basaran en una de las cosas que ponen en confrontación y utilizarla como medida.

Podrá parecer a alguien que estoy poniendo a mis condicionadores unas dificultades ficticias. Otros, más ingenuos, podrán preguntarse: "¿por qué suponer que son tan malas personas?". Pero yo no estoy suponiendo que sean malos hombres. Más bien habría que decir que no son en absoluto hombres (en el antiguo sentido). Si lo preferís, son hombres que han sacrificado su parte de humanidad tradicional para dedicarse a la tarea de decidir qué sentido atribuir en el futuro a la palabra "Humanidad". "Bueno" o "malo" son palabras sin contenido, cuando se les aplica a ellos. Esto es así porque son ellos los que a partir de ahora dirán cuál es el sentido de esas palabras. Tampoco su dificultad es ficticia. Podríamos suponer que fuese posible decir: "Después de todo, la mayor parte de nosotros desea más o menos las mismas cosas: comer, beber, relaciones sexuales, descanso, arte, ciencia, y la vida más larga posible tanto para el individuo como para la especie". Supongamos que se limiten a decir: "El hecho es que nos gusta esto" y se pongan a condicionar a los hombres en la manera más adecuada para producir lo que desean. "¿Dónde está el mal?". Pero esto no es una respuesta. En primer lugar, es falso que a todos les gustan las mismas cosas. E incluso si así fuera ¿qué motivo habría para forzar a los condicionadores a que ellos renuncien al placer que vivan fatigosamente para que nosotros y la posteridad tengamos lo que nos place? ¿el deber? Pero eso es sólo el Tao, que pueden decidir imponernos, pero que no puede ser válido para ellos. En el caso de que lo acepten, entonces ya no son creadores de conciencia, sino sus servidores y su conquista definitiva sobre la Naturaleza no habrá tenido lugar realmente. ¿La preservación de la especie? ¿Y por qué hay que conservar la especie? Uno de los interrogantes que se encontrarían es si esta referencia a la posteridad (que ellos saben bien cómo se ha originado) debe ser fomentada o no. Por mucho que vuelvan atrás, o se lancen adelante, es imposible que lleguen a algún punto en que detenerse. Cualquier motivo en el cual trataren de buscar apoyo sería inmediatamente una petitio. Una vez que se han alejado del Tao, darían un salto en el vacío. Tampoco se puede decir que sus sujetos sean necesariamente hombres infelices. No serían en absoluto hombres, sino simplemente artefactos. La conquista final del hombre, se revela como la abolición del hombre.

La abolición del hombre (21)

El poder de hacer de los otros lo que quieran

La naturaleza humana será la útima parte de la Naturaleza que se le rinda al Hombre. Entonces la bagalla habrá sido vencida. Habremos "tomado el hilo de la vida de las manos de Cloto" y por tanto seremos libres para hacer de nuestra especie lo que nos dé la gana. Indudablemente la batalla habrá sido vencida. Pero ¿quién la habrá vencido exactamente?

En efecto, como hemos visto el poder del Hombre de hacer de sí mismo lo que quiera significa el poder de algunos hombres de hacer de los demás hombres lo que quieran. Indudablemente la disciplina y la instrucción han intentado en todas las epocas ejercer tal poder. Pero la situación que se vislumbra serían nueva en dos aspectos. En primer lugar el poder habrá crecido enormemente. Hasta hora los planes de los pedagogos han conseguido muy poco de lo que en realidad muy poco de lo que en realidad pretendían. Cuando los leemos -para Platón cada niño debía ser "un bastardo educado en un organismo estatal"; Elyot querría que el niño no viese ningún hombre antes de los siete años y que no viese mujeres ni siquiera después; y según Locke los niños deberían llevar zapatos agujereados y no tener ninguna afición a la poesía- podemos estar bien agradecidos a la benéfica obstinación de las verdaderas madres y de las verdaderas nodrizas, y sobre todo, de los verdaderos niños por haber preservado para la especie humana la salud mental que aún posee. Pero los plasmadores de hombres de la nueva época estarán armados con los poderes de un estado omnicompetente y con una técnica científica irresistible. Tendremos por fin una raza de condicionadores que verdaderamente podrán modelar la posteridad en la forma que les de la gana.

La segunda diferencia es aún más importante. En los antiguos sistemas, tanto el tipo de hombre que los educadores querían producir, como los motivos que les inducían a ello, estabas prescritos por el Tao, una regla a la cual estaban sujetos los propios educadores, los cuales no pedían ninguna libertad para abandonarla. Lejos de modelar los hombres según esquemas elegidos arbitrariamente por ellos, daban lo que habían recibido: iniciaban al joven neófito en e misterio de la humanidad que le incluía tanto al neófito como a los educadores. No se trataba de otra cosa sino de aves adultas y expertas que enseñaban a volar a sus crías. Esto cambiaría. Los valores son hoy puros fenómenos naturales. Los juicios de valor han de ser inducidos en el alumno como parte de condicionamiento. Sea cual sea el Tao, ahora será producto de la educación, no su motivo. Los condicionadores se han emancipado de todo esto. Es una parte de la Naturaleza que ya han conquistado. Los impulsos radicales de la acción humana ya no son para ellos algo dado. Esos impulsos también se les han rendido, como en su día se les rindió la electricidad, y la función de los condicionadores será controlarlos, no obedecerlos. Ellos saben cómo producir la conciencia y deciden qué tipo de conciencia producirán. Por su parte, ellos se sitúan fuera, por encima de todo eso. Ciertamente estamos en al hipótesis de que estamos en el último estadio de la lucha del Hombre con la Naturaleza, y que ya se ha conseguido la victoria final. La naturaleza humana ha sido conquistada, dominada, y, naturalmente, se ha dominado cuál es el sentido según el cual interpretamos hoy esa palabra.

La abolición del hombre (20)

Este último punto no siempre es puesto suficientemente de relieve, porque los que se dedican a temas sociales no han aprendido aún a imitar a los físicos, que n odejan nunca de incluir el tiempo entre las dimensiones. Para entender plenamente lo que significa el poder del Hombre sobre la Naturaleza, y por tanto el poder de unos hombres sobre otros, debemos considerar la misma especie humana en el tiempo, desde el momento de su aparición hasta su extinción. Toda generación ejerce un poder sobre sus propios sucesores. Y también toda generación, en cuanto modifica el ambiente que se le ha transmitido y se rebela contra la tradición, resiste y pone límites al poder de los propios predecesores. Esto altera el cuadro que a veces nos hacemos de una progresova emancipación de la tradición y de un progresivo control del poder humano. En realidad, es evidente, que si una generación alcanzase realmente el poder de hacer de sus descendientes, a través de la eugenesia y la instrucción científica, lo que quisiera, todos los hombres nacidos posteriormente dependerían de ese poder. Y serían más debiles, no más fuertes. En efecto, aún habiendo puesto en sus manos máquinas extraordinarias, habríamos preestablecido también la manera en que deberían usarlas. Y si, como es casi evidente, la generación que hubiera alcanzado de ese modo máximo ede poder sobre la posteridad fuese también la más emancipada de la tradición, se empeñaría por reducir el poder de sus sucesores. Además, hemos de tener presente que, indepedientemente de esto, cuanto más posterior sea una generación -es decir ma´s cercana a la extinión de la especie- menos poder tendrá sobre el futuro, puesto que sus sujetos serúan ya pocos. Por tanto, no se puede hablar del poder transmitido a la especie como un todo en continuo aumento hasta la extinción de la especie humana. Los hombres, lejos de heredar poder, estarán cada vez más sujetos que los anteriores a la hipoteca de los grandes planificadores y condicionadores.

El cuadro más verosímil es el de la generación de una cierta época -por ejemplo, en el siglo cien después de Cristo- que resistiese victoriosamente a todas las épocas precedentes y dominase incondicionalmente a todas las épocas sucesivas, alzándose así como verdadera señora de la especie humana. Pero en este momento, dentro de tal generación -dueñoa (que sería una pequeñísima minoría en la totalidad de la especie) el poder sería ejercido por una minoría todavía más exigua. Si los sueños de algunos planificadores científicos llegara a realizarse, la conquista de la Naturaleza por parte del hombre correspondería al dominio de unos pocos centenares de hombres sobre billones y billones de otros hombres. No hay, y no puede haber nunca simple aumento de poder por parte del hombre. Cada paso adelante nos deja a la vez más débiles y más fuertes. En cada victoria, el hombre además de ser el general triunfante es también el prisionero que sigue el carro triunfal.

Todavía no nos hemos planteado si el resultado global de semejantes victorial ambivalentes es un bien o un mal. Sólo estoy tratando de esclarecer qué significa realmente conquista de la Naturaleza por parte del hombre, y en particular el estadio final de la conquista. El estudio final se alcanzará cuando el Hombre, por medio de la eugenesia, el condicionamiento prenatal y la instrucción y la propaganda basadas en una perfecta psicología aplicada, consiga el pleno control sobre sí mismo.

La abolición del hombre (19)



III. LA ABOLICIÓN DEL HOMBRE


Repentinamente se abrió camino en mi cabeza

el pensamiento inquietante de que
dijere lo que dijere y por mucho que me adulara
una vez que hubiera conseguido arrastrarme a su casa
me habría vendido de esclavo.
[BUNYAN]


¿El poder del hombre sobre la naturaleza?


"La conquista de la Naturaleza por parte del hombre": he aquí una expresión que se utiliza a menudo para definir el progreso de la ciencia aplicada. "El hombre ha vencido a la Naturaleza", observó alguno, hace tiempo, con un amigo mío. En el contexto, estas palabras tenían cierta trágica belleza porque quien las había pronunciado estaba a punto de morir de tuberculosis. "No importa", añadió. "Sé que soy uno de los caídos. Naturalmente habrá caídos tanto del bando de los vecedores como del bando de los vencidos. Pero esto no cambia el hecho de que se venza". He elegido esta anécdota como punto de partida para dejar claro que no pretendo denigrar lo mucho de verdaderamente benéfico que hay en el proceso denominado "conquista del Hombre", y mucho menos pretendo menospreciar los numerosos casos de auténtica entrega y sacrificio que lo han hecho posible. Pero ahora debo proceder a analizar el asunto un poco más de cerca. ¿En qué sentido tiene el Hombre un poder cada vez más amplio sobre la Naturaleza?

Tomemos en consideración tres ejemplos característicos: el avión, la radio y los contraceptivos. En una sociedad civil y en tiempos de paz, cualquiera que pueda pagar puede servirse de estas tres cosas. Pero no sería correcto afirmar que al hacerlo ejercite un poder particular o individual sobre la Naturaleza. Si yo te pago para que me lleves sobre tus hombros, no soy más fuerte por eso. Las tres o una de las cosas que he citado pueden ser substraídas a algunas personas por otras personas: por los que venden, por los que permiten la venta, por los que disponen de las fuentes de producción o por los que fabrican la mercancía. Lo que llamamos poder del hombre es, en realidad, un poder que tienen algunos hombres y del cual pueden o no permitir que otros hombres se sirvan. Más aún, por lo que respecta a los poderes que se concretan en el avió o en la radio el Hombre no es sólo detentador de ese poder, sino que es también dependiente o sujeto pues puede ser blanco sobre el que caigan las bombas o la propaganda. Y por lo que respecta a los contraceptivos, hay una paradoja negativa por la cual todas las posibles generaciones futuras dependen o son sujeto de un poder detentado por quien ya está vivo en el presente. Por medio de la simple contracepción les es negada la existenciia, y por medio de la contracepción entendida como instrumento de reproducción selectiva, son forzadas a ser lo que otra generación, por sus propias razones, elija. Y esto sin que sean llamados a expresar su opinión. Desde este punto de vista, lo que se denomina poder del Hombre sobre la Naturaleza resulta ser un poder ejercido por algunos hombres sobre otros hombres teniendo a la Naturalez como instrumento.

Naturalmente, es un lugar común lamentarse de que hasta ahora los hombres han usado mal y contra sus propios semejantes el poder que les ha dado la ciencia. Pero no es esto lo que me interesa. No trato de corrupciones o abusos concretos a los que se podría poner remedio con un aumento de moralidad: trato de aquello que es en su esencia y fundamento aquello que se denomina "poder del Hombre sobre la Naturaleza". No cabe duda de que la situación cambiaría si las materias primas y las fábricas fuesen de propiedad pública y además hubiera control público sobre la investigación científica. Pero, salvo que tenga lugar el estado mundial, eso significaría de nuevo poder de una nación sobre otras. Incluso dentro de un estado mundial o de la nación significaría (teóricamente) poder de la mayoría sobre la minoría, y, en la práctica, poder del gobierno sobre el pueblo, y todo ejercicio del poder, significaría a largo plazo, sobre todo en el campo de la reproducción, el poder de las generaciones precedentes sobre las sucesivas.

lunes, 24 de mayo de 2010

La abolición del hombre (18)

Sin duda puede suceder que en algunos casos particulares resulte difícil distinguir dónde acaba la legítima crítica interna y dónde comienza la inevitable especulación externa. Pero siempre que un concepto cualquiera de la moral tradicional sea sencillamente retado a presentar sus credenciales, como si el peso de la prueba recayere sobre él, hemos tomado la postura equivocada. El reformador en cuestión contrasta con otro precepto que sus defensores afirman que es más fundamental, o que ese precepto no encarna realmente el juicio de valor que afirma encarnar. El ataque frontaal directo: "¿Por qué?", "¿Para qué sirve", "¿Quién lo ha dicho?", no es admisible nunca, pero no porque sea tosco o injurioso, sino porque no hay ningún valor que se puede justificar de ese modo. Insistiendo por ese camino se destruirán todos los valores, destruyendo así a la vez tanto la cosa criticada como las bases de nuestra propia crítica. No se puede poner una pistola apuntando a la cabeza del Tao. Tampoco debemos retrasar la obedicencia a un precepto hasta que hayamos comprobado sus credenciales. Sólo los que practican el Tao lo entenderán. Sólo el hombre bien criado y educado, el cuor gentil, y sólo él, es quien puede reconocer la razón cuando llega. Es Pablo, el Fariseo, el hombre "irreprensible en cuanto a la Ley" quien sabe dónde y cuándo es defectuosa la Ley.

Con el fin de evitar malentendidos, puedo añadir que aunque yo mismo soy Teísta, y más concretamente un cristiano, no estoy en momentos defendiendo solapadamente la causa del Teísmo. Estoy simplemente afirmando que, si tenemos que tener valores, debemos aceptar los lugares comunes de la Razón práctica como si tuviesen validez absoluta. Afirmo igualmente que, en e caso en que nos sintamos excépticos respecto a los valores, cualquier intento de reintroducirlos a un nivel más bajo sobre bases supuestamente más realistas, está destinado al fracaso. La cuestión de si esta posición implica un origen sobrenatural del Tao es algo de lo que no me ocupo ahora.

¿Pero quién pensará que es posible que la mente moderna acepte las conclusiones a que hemos llegado? Parece que este Tao que debemos tratar como un absoluto es sencilamente un fenómeno como tantos otros: el reflejo que en la mente de nuestros antepasados produjo el ritmo agreste en que vivían o quizá un reflejo simplemente de su fisiología. Ya sabemos en teoría cómo se han producido tales cosas. Pronto lo sabremos con detalle. Por último alcanzaremos conocimientos suficientes para producirlo a voluntad. Naturalmente, cuando no sabíamos cómo estaban hechas las cosas, aceptábamos esta dotación mental como un dato, o incluso como un maestro. Pero muchas cosas de la naturaleza que en un tiempo fuero nuestros maestros son hoy nuestros siervos. ¿Por qué no va a pasar lo mismo con el Tao? ¿Por qué debería detenerse nuestra conquista de la naturaleza, y quedar tontamente sujeta, frente a este definitivo y durísmo trozo de "naturaleza" que ha sido llamado hasta ahora la conciencia del hombre? Nos amenazáis con oscuros desastres si tenemos la osadía de poner siquiera un pie fuera de ella. Pero ya hemos sido amenazados muchas veces del mismo modo por los oscurantismos a cada paso de nuestro camino de avance, y siempre la amenaza se ha demostrado falsa. Nos decís que si salimos del Tao no tendremos valores. Magnífico. Probablemente descubriremos que podemos caminar con soltura incluso sin valores. Consideramos todas las ideas de aquello que debemos hacer, simplemente como una interesante supervivencia psicológica: salgamos finalmente de todo esto y comencemos a hacer lo que nos plazca. Decidamos por nuestra exclusiva cuenta y riesgo qué es lo que debe ser el hombre y hagamos que sea efectivamente así: no sobre la base de valores imaginarios, sino porque nos da la gana que lo sea. Después de haber dominado todo lo que nos rodea, dominémoslo ya hoy a nosotros mismos y elijamos nuestro destino.

Se trata de una posición muy verosímil. Los que la sostienen no pueden ser acusados de contradicción como los tibios escépticos que esperan aún descubrir valores "reales" después de haber criticado desenmacadoramente los valores tradicionales. La nueva posición equivale a rechazar el concepto de valor. Necesitaré otra conferencia para examinarla.

La abolición del hombre (17)

¿Significa esto que en nuestra percepción de los valores no podrá tener lugar nunca ningún progreso? ¿Quiere todo esto decir que nos encontramos atados de una vez por todas a un código inmutable establecido definitivamente de una vez por todas? Y, en todo caso, ¿es posible hablar de obediencia a lo que llamamos Tao? Si consideramos del mismo modo, como hemos hecho, las morales tradicionales de Oriente y Occidente, la cristiana, la pagana y la judía, ¿no nos toparemos con muchas contradicciones e incluso con algún absurdo? Hay que admitir todo esto. Son necesarias una cierta crítica, una cierta eliminación de contradicciones e incluso un cierto desarrollo real. Pero hay dos tipos de crítica que son muy diferentes.

Un teórico de la lengua puede acceder a su lengua materna desde fuera, por así decirlo, considerando el "genio" o "espíritu" propio de esa lengua como algo que no tiene ningún derecho sobre él y proponiendo una total modificación de su idioma y ortografía, según los intereses de los intercambios comerciales o de la exactitud científica. Esto es una cosa. Un gran poeta que hay "amado, y que haya sido bien criado en su lengua materna", podrá a su vez modificarla ampliamente, pero sus modificacioines estarán hechas dentro del espíritu o del genio de la misma lengua: él actúa desde dentro. La misma lengua que las recibe será la que le inspire las modificaciones. Esto es una cosa completamente distinta: tan diferentes como las obras de Shakespeare son diferentes del inglés de la gramática. Es la diferencia entre el cambio desde dentro y la modificación desde fuera, entre lo orgánico y lo quirúrgico.

Del mismo modo, el Tao admite el desarrollo desde dentro. Hay diferencia entre un verdadero avance moral y la simple innovación. Desde el confuciano "no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti" hasta el "trata a los demás como quisieran que te tratasen a ti" cristiano hay un verdadero avance. La moralidad de Nietzsce es mera innovación. Lo primero es un avance porque nadie que no admita la validez de la antigua máxima podría ver razón alguna para aceptar la nueva, y cualquiera que acepte la antigua reconocerá que la nueva es una ampliación del mismo principio. Si rechaza la nueva, la rechazará como superflua o como algo que ha ido demasiado lejos, pero no como algo simplemente heterogéneo respecto a su propia vida de valor. Sin embargo, la ética nietzscheana sólo puede ser aceptad si uno está dispuesto a desechar las morales tradicionales como simples errores y entonces se pone a sí mismo en una posición en la que no se puede encontrar ningún fundamento en absoluto para los juicios de valor. Es la diferencia que hay entre un hombre que dice: "A tí te gustan las verduras frescas; ¿por qué no las cultivas tú mismo y las tienes perfectamente frescas?, y otro hombre que dice: "Desecha el pan y procura comer en vez de eso ladrillos y cienpiés". Aquellos que comprenden su espíritu y por él son guiados podrán modificarlo en las direcciones requeridas por el mismo espíritu. Sólo a ellos les son conocidas esas direcciones. El profano nada sabe de ellas. Sus inentos de modificación acaban, como hemos visto, en contradicciones. En vez de ser capaces de sanar las discrepancias de la letra penetrando en el espíritu, el profano se limita a tomar un precepto cualquiera, aquel sobre el que los avatares del tiempo y el lugar hayan llamado su atención en un momento determinado, y entonces lo conduce a la muerte sin poder dar ninguna razón. La única autorización para modificar el Tao proviene desde dentro del Tao mismo. Es lo que quería decir Confucio cuando afirmaba "es inútil consultar a quellos que siguen un camino distinto" (Analects XV, 39). Aristóteles decía que por esta razón sólo los que han sido bien criados y educados pueden estudiar ética con provecho. Al hombre corrompido, al hombre que se sitúa fuera del Tao, le es invisible el mismo punto de partida de esta ciencia. Este podrá ser hostil, pero no puede ser crítico, porque ni siquiera entiende de qué se discute. Por esto se dijo aquello: "Esta gente que no conoce la Ley es maldita" (Jn 7, 49) y "el que no crea, será condenado" (Mc 16, 16). Una mente "abierta" en cuestiones que no son fundamentales, es útil. Pero una mente "abierta" respecto a los fundamentos últimos de la razón teórica o de la Razón práctica es una idiotez. Si la mente de un hombre es "abierta" respecto de estas cosas, dejemos que al menos su boca esté cerrada. El no podrá decir nada. Fuera del Tao no hay base para criticar ni al Tao ni a ninguna otra cosa.

La abolición del hombre (16)

Por ejemplo, el Innovador estima ampliamente los derechos de la posteridad. Pero no puede derivar ningún derecho válido para la posteridad a partir de instinto o (en sentido moderno) de la razón. En realidad él toma nuestro deber respecto a la posteridad del Tao: nuestro deber de hacer el bien a todos los hombres es un axioma de la Razón práctica, y nuestro deber de hacer el bien a nuestros descendientes deriva claramente de ésta. Pero entonces, en toda forma de Tao que nos ha llegado, junto al deber respecto a nuestros hijos y descendientes está el deber respecto a a los padres y antepasados. ¿Con qué derecho rechazamos uno y aceptamos el otro? Una vez más, el Innovador puede poner en primer lugar los valores económicos. Hacer que la gente esté bien alimentada y bien vestida es el gran fin, y para conseguirlo se pueden dejar de lado los escrúpulos de justicia y buena fe. Naturalemnte, el Tao concuerda con él sobre la exigencia de la gente alimentada y vestida. A menos que el Innovador no se sirviese a su vez del Tao no podría serle conocido semejante deber. Pero junto a ese deber, en el Tao tienen lugar aquellos deberes de justicia y de buena fe que él está dispuesto a criticar dsenmascaradoramente. ¿Cón qué derecho? Supongamos que es un patriotero, un racista, un nacionalista fanático para el cual, cualquie otro pueblo debe someterse al progreso del suyo. No se encontrará ningún tipo de indicación práctica, ni apelación al instinto que le proporcione las bases para semejante opinión. Una vez más, de hecho él lo obtiene del Tao: como deber respecto a la propia gente -porque de nuestra gente se trata- que es un deber que forma parte de la moral tradicional. Pero junto a ese deber, y como limitándolo, en el Tao encuentran su lugar las inflexibles exigencias de la justicia, y la regla de que, en general, todos los hombres son nuestros hermanos. ¿De dónde procede el derecho del Innovador para hacer discriminaciones?

Puesto que no creo que haya respuesta alguna para esas pregunas sacaré las conclusiones siguientes. Esa cosa que por comodidad hemos convenido en llamar Tao, y que otros pueden llamar Ley Natural o Moral Tradicional o Primeros Principios de la Razón Práctica o Primeros Lugares Comunes, no es simplemente uno entre muchos posibles sistemas de valores: es la sola y única fuente de todos los juicios de valor. Si lo rechazamos, rechazaremos todo valor. Manteniendo cualquier valor, lo estamos manteniendo. Esforzarse por refutarla y poner en su lugar un nuevo sistema de valores equivale a contradecirse. No ha habido nunca, ni habrá jamás, un juicio de valor radicalmente nuevo en la historia del mundo. Sea la que sea la pretensión de los nuevos sistemas o, como se llaman hoy, ideologías, todos están hechos con fragmentos del Tao, arrancados arbitrariamente de su contexto y por tanto exasperados, aunque siempre deben al Tao, y sólo a él, toda su eventual validez. Si mis deberes respecto a mis padres son uns superstición, entonces lo serán mis deberes respecto a la posteridad. Si la justicia es una superstición también lo será mi deber respecto a mi país o a mi raza. Si la búsqueda del conocimiento científico es un valor real, entonces también lo es la fidelidad conyugal. La rebelión de las nuevas ideologías contra el Tao es la rebelión de las ramas contra el árbol: si lo destruyeran, los rebeldes se encontrarían que se han destruido a sí mismos. La mente humana no está más capacitada para inventar un nuevo sistema que para imaginar un nuevo color primario, o para crear un nuevo sol y un nuevo cielo en el que ponerlo a girar.

domingo, 23 de mayo de 2010

La abolición del hombre (15)

Aparece por fin evidente que el Innovador no puede encontrar las bases para un sistema de valores ni en una operación con proposiciones reales, ni en una apelación al instinto. Ninguno de los principios que él busca pueden encontrarse ahí. Deberán pues ser buscados por otra parte. "Todos los que habitan en los confines de los cuatro amores" (XIII, 5), dice Confucio, respecto del Chünt-tzu, el corazón gentil o caballero. Humani nihil a me alienum puto, dice el estoico. "Haz lo que quisieran que te hicieran", dice Jesús. "La humanidad debe ser preservada", dice Locke. Todos los principios prácticos respecto a la posteridad, o a la sociedad, o a la especie humana, que están detrás del pensamiento del Innovador se encuentran en el Tao desde tiempo inmemorial, y en ningún otro lugar. A menos que se los acepte incuestionadamente de modo que sean para el mundo de la acción lo que los axiomas son para el mundo de la teoría, no se pueden tener principios prácticos de ningún tipo. No pueden ser deducidos como conclusiones: son premisas. Desde el momento que no pueden demostrarse a sí mismo con "razones" que pudieran callar a Ticio y a Cayo, podrían ser considerados sentimientos. Pero entonces habría habría que renunciar a contraponer valores "reales" o "razonables" a valores sentimentales. Todo valer será sentimental y habrá que admitir (so pena de abandonar todo valor) que ningún sentimiento es "meramente subjetivo". Por otra parte, se les podrá considerar razonables -más aún, la razonabilidad de la persona-, cosas hasta tal punto razonables que ni exigen ni admiten pruebas. Pero entonces hay que afirmar que la Razón puede ser práctica, que no se puede rechazar un debe por el hecho de que no pueda aducir como credenciales un es. Si nada es evidente de por sí, nada puede ser probado. Análogamente si nada es obligatorio por sí mismo, nada será nunca obligatorio.

Podría parecer a alguien que no hemos hecho otra cosa que restaurar, bajo otro nombre, lo que siempre se entiende por instinto básico o fundamental. En realidad aquí está en juego mucho más que un asunto de palabras. El Innovador ataca los valores tradicionales (el Tao) para defender aquellos que él supone de entreda que son (en cierto sentido) valores "razonables" o "biológicos". Pero, como hemos visto, todos los valores de los que se sirve para atacar al Tao, y que incluso pretende sustituirlo, son a su vez derivados del Tao. Si realmente él hubiera partido de cero, desde fuera directamente de la tradición humana de los valores, por mucho que se esforzase no avanzaría un solo paso hacia la idea según la cual un hombre debería morir por la comunidad o trabajar para la posteridad. Si el Tao decae, decaen con él todos sus conceptos de valor. No hay ni uno que pueda pretender otra autoridad que la del Tao. El Innovador es capaz de atarlo sólo gracias a los fragmentos del Tao que ha recibido en herencia. Entonces surge la cuestión: ¿con qué títulos pueden aceptarse unos fragmentos y rechazar otros? Porque si los fragmentos que rechaza no tienen ninguna autoridad, tampoco la tendrán los fragmentos conservados. Si es válido lo que se conserva, también será válido lo que se rechaza.

La abolición del hombre (14)

Estamos ante el viejo dilema: o las premisas contenían ya un imperativo, o la conclusión sigue estando simplemente en indicativo. Por último, vale la pena preguntqarse si existe un instinto dirigido a la posteridad o a la conservación de la especie. En mí mismo no lo encuentro, y conste que soy hombre más bien inclinado a pensar en el futuro lejano, un hombre que puede leer con placer a Olaf Stapledon. Mucho menos fácil me resulta creer que la mayoría de la gente con la que me encuentro en el autobús o en una cola sienta un impulso irreflexivo a hacer algo por la especie humana o por la posteridad. Sólo la gente educada de un modo determinado se ha propuesto la idea d ela posteridad. Es difícil atribuir al instinto nuestro comportamiento respecto a un objeto que existe sólo para hombre habituados a reflexionar. Lo que sí tenemos por naturaleza es el impulso de proteger a nuestros hijos y a nuestros nietos. Este es un impulso que se va haciendo cada vez más débil a medida que la imaginación se lanza más adelante para morir finalmente en los "desiertos de la vasta futuridad". Ningún padre que fuese guiado por ese instinto soñaría, siquiera por un instante, reivindicar los derechos de sus hipotéticos descendientes contra los del niño que hoy llora y patalea en la cuna. Aquellos que entre nosotros aceptan el Tao quizá puedan afirmar que deberían hacerlo. Pero eso no afecta a los que consideran el instinto como fuente de los valores. Conforme vamos pasando del amor materno a la planificación el futuro debería ser menos respetable que los arrumaños y carantoñas de la madre más afectuosa o que las complacidas chinchorrerías de un padre apasionado. Si debemos basarnos sobre el instinto, estas cosas son la substancia y el pensamiento o la preocupación por la posteridad es la sombra, la inmensa, trémula sombra de la felicidad infantil proyectada sobre la pantalla del futuro desconocido. No digo que tal proyección sea una cosa mala, pero en este punto no me parece que el instinto sea la base de los juicios de valor. Lo que es absurdo es pretender que nuestra preocupación por la posteridad encuentre su justificación en el instinto, y después burlarse a cada momento del único instinto sobre el que se supone que debería apoyarse, arrancando casi al niño del seno materno para confiarlo a la guardería o jardín de infancia por interés del progreso y de la humanidad futura.

La abolición del hombre (13)

Pero ¿por qué debemos obedecer al instinto? ¿Es que hay quizá un instinto de orden superior que nos impulsa a hacerlo?, ¿habrá entonces un tercer orde de superioridad que nos impulse a obedecer al segundo instinto?, ¿habrá una infinita serie de instintos? Esto es presumiblemente imposible, y no hace falta decir más. De la constatación del hecho psicológico "Encuentro en mí el impulso a actuar de tal y tal modo" no podemos deducir de ningún modo el principio práctico "Debo obedecer este impulso". Incluso aunque fuera cierto que los hombres tuvieran un impulso espontáneo e irreflexivo de sacrificar la propia vida por la conservación de sus semejantes, sería una cuestión aparte del problema de ese impulso ha de ser cuidadosamente controlado o si, por el contrario, ese impulso ha de ser fomentado. De hecho, también el Innovador admite que hay que controlar muchos impulsos, todos aquellos, por ejemplo, que van en contra la conservación de la especie. Admitir esto nos sitúa, sin duda, ante una dificultad aún más sustancial.

Hablar de obedecer al instinto es como hablar de obedecer a la gente. La gente dice las cosas más dispares. Lo mismo pasa con los instintos. Nuestros instintos están en guerra unos con otros. Si se afirma que el instinto de la conservación de la especie debería ser obedecido siempre ¿de dónde sacamos un criterio para darle la precedencia? Oír a un instinto que defiende su causa y la decide en su propio favor sería más bien ingenuo. Si le prestamos oído cada instinto pide ser satisfecho a costa de los demás. Por el simple hecho de haber escuchado a uno en vez de a los otros, ya hemos prejuzgado el caso. Si nos sometiéramos al conocimiento de la respectiva importancia de nuestros instintos a un examen de ellos, no podríamos aprender nada de ellos. Pero tal conocimiento no puede ser, a su vez, instintivo: el juez no puede ser una de las partes en causa. Si, no obstante, lo es entonces la decisión no tiene ningún valor y no hay nada que justifique poner la conservación de la especie por encima de la autoconservación o del apetito sexual.

La idea de que, incluso sin apelar a un tribunal superior a los mismos instintos, podemos siempre encontrar una base para preferir un instinto determinado a los demás, es dificilísima de eliminar. Nos agarramos a palabras sin sentido: lo llamamos instinto "básico" o "fundamental", o "primario", o "profundísimo". Todo es inútil. O estas palabras esconden un juicio de valor que pasa por encima del instinto, y por tanto no es deducible a él, o bien son palabras que se limitan a registrar la intensidad, la frecuencia operativa y la extensión. En el primer caso, todo el entero intento de basar los valores sobre el instinto ha sido abandonado. En el segundo, esta observación sobre los aspectos cuantitativos de un acontecimiento psicológico no conducen a ninguna conclusión práctica.

La abolición del hombre (12)

Probablemente creerá encontrarlo en el instinto. La conservación de la sociedad, y de la misma especie, son fines que n odependen del frágil hilo de la Razón: son dados por el instinto. Por eso es inútil discutir con el hombre que no lo reconoce. ay en nosotros un impulso de conservar nuestra especie. Es por esto por lo que los hombres deberían trabajar para la posteridad. No hay en nosotros ningún instinto de ser fieles a las promesas o de respetar la vida individual: por esto escrúpulos de justicia o de humanidad -es decir, el Tao- pueden ser quitados completamente de en medio cuando contrasten con nuestro verdadero fin, la conservación de la especie. Y por esto, además, la situación moderna permite y exige una nueva moral sexual. Los viejos tabúes cumplían una cierta función real en la conservación de la especie, pero los contraceptivos han modificado la situación y hoy ya podemos abandonar muchos tabúes. Esto es así porque naturalemente el apetito sexual, siendo instintivo, debe ser satisfecho siempre que no se oponga a la conservación de la especie. Se diría que, según las apariencias, una ética basada en el instinto da al Innovador todo lo que quiere y nada de lo que desea.

En realidad no hemos avanzado ni un paso. No hace falta insistir sobre el hecho de que "instinto" es el nombre que damos a algo que no se sabe muy bien lo que es: decir que la aves migratorias encuentran por instinto el camino equivale a decir que las aves migratorias encuentran el camino pero nosotros no sabemos cómo lo logran. Mi opinión es que esa palabra es usada aquí con un sentido bien definido, es decir, en el sentido de un impulso irreflexivo y respontáneo ampliamente advertido por los miembros de una especie determinada. ¿De qué manera nos ayuda el instinto, así entendido, a encontrar los "verdaderos" valores? ¿Es obligatorio que obedezcamos al instinto, es decir, que no podamos actuar de otra forma? Si es así ¿qué objeto tiene escribir libros como el Libro Verde? ¿Por qué razón vamos a exhortar a ir por un camino por el que no podemos menos que ir? ¿Por qué razón se elogia a los que se han sometido a lo inevitable? ¿O se quiere decir quizá que obedeciendo al instinto seremos felices y estaremos satisfechos? Pero la verdadera cuestión que estábamos considerando era la de afrontar la muerte que, como sabe el Innovador, trunca toda posibilidad de satisfacción. Y si tenemos un deseo instintivo por el bien de la posteridad, entonces tal deseo, por la propia naturalaeza de caso, nunca podrá ser satisfecho, pues alcanz su fin, si es que lo alcanza, cuando estamos muertos. Sería como si el Innovador dijere no que debemos obedecer al insntinto, ni que nos dejará satisfecho el hacerlo, sino que sería justo obederlo.

La abolición del hombre (11)

En este punto el Innovador podría preguntar por qué después de todo, el egoísmo debería ser más "razonable" o "inteligente" que el altruismo. Aceptada la pregunta. Si por Razón entendemos el procedimiento puesto en práctica por Ticio y Cayo en su operación de crítica desenmascarada (es decir, la conexión por inferencia de proposiciones, originariamente derivadas de datos sensoriales, con sucesivas proposiciones), entonces la respuesta será que el rechazo de sacrificarse no es más razonable que la disposición a hacerlo. Pero tampoco es menos razonable. Ninguna de las dos alternativas es en absoluto razonable o irrazonable. A partir de proposiciones que se refieran exclusivamente a hechos no se podrá deducir nunca una conclusión práctica. Esto salvará a la sociedad no se puede conducir a haced esto, salvo que esté la mediación de la sociedad debe ser salvada. Esto te costará la vida no puede conducir directamente a no hagas esto: podrá conducir a ello únicamente a través de un deseo sentido o un deber reconocido de autoconservación. El Innovador no está tratando de llegar a una conclusión de modo indicativo: aunque continuase intentándolo durante una eternidad no lo conseguiría, porque es imposible. Por tanto debemos ampliar el significado de la Razón para que incluya lo que nuestros antepasados llamaban Razón práctica y admitir que juicios del tipo la sociedad debe ser salvada no son meros sentimientos sino la razonabilidad misma (por mucho que esos juicios puedan basarse en razones completamente diversas de las que pretenden Ticio y Cayo). En caso contrario debemos renunciar inmediatamente, y para siempre, a la tentativa de encontrar un núcleo de valor racional o "razonable" tras todos los sentimientos que hemos criticadod desenmascaradoramente. El Innovador no optará por la primera posibilidad, pues los principios prácticos conocidos por todos los hombres con el nombre de Razón son simplemente el Tao que él se propone sustituir. Es mas probable que renuncia a la búsqueda de un núcleo "razonable" y que parta a la búsqueda de otro fundamento aún más "realista" y "básico".

La abolición del hombre (10)

Volvamos al ejemplo de la lección anterior -la muerte por una buena causa-. Recurro a él porque la virtud sea el único valor o el martirio la única virtud, sini porque esto es el experimentum crucis que es capaz de mostrar en su luz plena los diversos sistemas de pensamiento. Supongamos que un Innovador de valores considere el "dulce et decorum" o el "nadie tiene un amor más grande" como simples sentimientos irracionales que han de ser analizados en profundidad para permitirnos llegar al fundamento "real" o "básico" de ese valor. ¿Dónde encontrará ese fundamentos?

Antes que nada, podría decir que el valor real sea poya sobre la utilidad que semejante sacrificio tiene para la comunidad. "Bueno", podría decir, "signfica aquello que es útil a la sociedad". Pero, naturalmente, no es la muerte de la comunidad lo que es útil a la comunidad, sini únicamente la muerte de algunos de sus miembros. Lo que se quiere decir en realidad es que la muerte de algunos hombres es útil a los otros hombres. De acuerdo. Pero ¿sobre qué base se pedirá a algunos hombres que den la vida para el bien de los otros? Hemos excluido, por hipótesis, cualquier apelación al orgullo, al honor, a la vergüenza o al amor. Hacerlo sería volver al sentimiento, y la tarea del Innovador es, habiéndolos elimado todos, explicar a los hombres, en términos de razonamiento puro, por qué motivo es aconsejable que mueran para que otros puedan vivir. Podría decir: "A menos que alguno de nosotros se arriesgue a morir, es seguro que moriremos todos". Esto será verdadero sólo en un número muy limitado de casos. Pero aunque fuese cierto, provocaría una contrapregunta razonabilísima: ¿Por qué tendría que ser yo uno de los que afronten ese riesgo?

La abolición del hombre (9)

II. EL CAMINO

Es sobre el tronco sobre
lo que actúa el caballero.
[CONFUCIO, Analects I, 2]

El resultado práctico de la educación en el espíritu del Libro Verde debe ser la destrucción de la sociedad que lo acepta. Pero esto no es necesariamente una refutación del subjetivismo de los valores en cuanto teoría. La doctrina verdadera podría ser una doctrina cuya aceptación implique la muerte. Nadie que hablare desde el interior de Tao podría rechazarla por esa razón: Pero todavía no hemos llegado a ese punto. La filosofía de Ticio y Cayo contiene dificultades teóricas.

Por muy subjetivistas que sean respecto a algunos valores tradicionales, por el simple hecho de haber escrito el Libro Verde, Ticio y Cayo han demostrado que debe haber valores respecto de los cuales no son en absoluto subjetivistas. Ellos escriben con la finalidad de producir en la generación nuevos ciertos estados de espíritu, si no porque los consideran intrínsecamente buenos y justos, es ciertamente porque los consideran el medio para llegar a un estado de la sociedad que consideran deseable. No sería difícil entresacar de varios pasajes del Libro Verde cuál es su idea. Pero no hace falta. Deben tenerlo pues en caso contrario este libro (cuya intención es puramente práctica) habría sido escrito sin ningún objeto. Además tal fin debe tener a los ojos de los autores un valor real. Evitar llamarlo y utilizar, en vez de eso, calificativos como "necesario", "progresivo" o "eficaz" sería un subterfugio. Pero eso no termina ahí pues inmediatamente surgen las preguntas: "¿necesario para qué?", "¿progresivo hacia dónde?", "¿eficaz de qué?". Como último recurso tendrían que admitir que un cierto estado de cosas, que, según ellos, es bueno para sí mismo. Y esta vez no podrían admitir que "bueno" exprese simplemente sus sentimientos al respecto. Esto es así porque el objetivo de su libro es inducir al joven lector a partircipar en su opinión y esto sería necio o deshonesto a menos que ellos sostuviesen que su opinión es de algún modo válida y correcta. De hecho se descubrirá que Ticio y Cayo sostienen, con un dogmatismo absolutamente acrítico, el entero sistema de valores que estuvo efectivamente de moda entre los jóvenes de instrucción modesta de las clases profesionales en el periodo de entreguerras. Su escepticismo en materia de valores es un espcepticismo en la superficie, vale solo para los valores de los demás Respecto a los valores vigentes en su ámbito son todo lo contrario que escépticos. Se trata de un fenómeno muy frecuente. Gran parte de aquellos que critican desenmascarademente los valores tradicionales o, como ellos les gusta decir, "sentimentales" gravitan sobre unos valores propios que consideran inmunes al proceso de crítica. Pretenden cortar el crecimiento parasitario de las emociones, de las sanciones religiosas, de los tabúes hereditarios, para hacer que emerjan valores "reales" o "fundamentales". Trataré ahora de descubrir qué ocurrirá si este tentativo fuera, en verdad, llevado a la práctica.

viernes, 21 de mayo de 2010

La abolición del hombre (8)

Una tal elección, aunque parezca menos inhumana, no es menos desastrosa que la otra alternativa de la propaganda cínica. Supongamos por un momento que las virtudes más arduas pudieran ser verdaderamente justificadas sin apelar a ningún tipo de valor objetivo. En cualquier caso sigue siendo verdad que ninguna justificación de la virtud inducirá al hombre a ser virtuoso. Sin el auxilio de emociones educadas el intelecto es impotente frente al organismo animal. Preferiría jugar a cartas con un hombre totalmente escéptico en cuestiones de ética pero educado a considerar que "un caballero no hace trampas", en vez de jugar con un moralista irreprochable que ha crecido entre tahúres. En el fragor de la batalla, durante la tercera hora consecutiva de cañonazos, no serán los silogismos los que consigan tener en su sitio nervios y músculos. El más elemental sentimentalismo respecto a una bandera o un país o un regimiento (justamente ese sentimiento que a Ticio y Cayo les da grima) será, en esas circustancias mucho más útil. Todo esto ya fue dicho por Platón hace siglos. Así como el rey gobierna por medio de sus ministros, así la Razón debe dominar los simples apetitos por medio del "elemento espiritual". La cabeza gobierna el vientre por medio del torso, sede, como dice Alano, de la Magnanimidad, de las emociones organizadas, por la costumbre, en sentimientos estables. Torso, Magnanimidad, Sentimiento: éstos son los indispensables oficiales de enlace entre el hombre cerebral y el hombre visceral. Podría decirse que es gracias a ese elemento intermedio el hombre es hombre: pues por su intelecto es puro espíritu y por sus apetitos es puro animal.

El efecto del Libro Verde y de todos los libros por el estilo es producir los que podríamos llamar hombres sin torso. Es una vergüenza que éstos sean generalmente calificados de "intelectuales". Esto les permite afirmar que quien les ataca, ataca a la inteligencia. Esto es falso. Ellos no distinguen precisamente por una habilidad poco común para encontrar la verdad no por un virginal ardor por buscarla. En realidad sería casi contradictorio que se distinguieran por eso. Una devoción tenaz por la verdad, un laudable sentido del honor intelectual no puede ser defendido sin la ayuda de un sentimiento que Ticio y Cayo podrían criticar y desenmascarar con la misma facilidad que cualquier otro sentimiento. Lo que les caracteriza no es el plus de cabeza sino la carencia de la emoción generosa y fértil. Su cabeza no es más grande de lo normal, pero la atrofia del torso hace que lo parezca.

La tragicomedia de nuestra situación es que sin descanso reclamamos a voces aquellas cualidades que estamos haciendo imposibles. Se abre cualquier revista y proliferan las afirmaciones de que aquello que necesita nuestra civilización es más "impulso", dinamismo, autosacrificio, "creatividad". Con una especie de espantosa ingenuidad eliminamos el órgano y reclamamos la función. Producimos hombres sin torso y esperamos de ellos virtud y generosidad emprendedora. Nos reímos del honor y luego nos asombramos de estar rodeados de traidores por todas partes. Castramos y pretendemos que el animal sea fecundo.

La abolición del hombre (7)

Quizá todo esto quedará claro si ponemos un ejemplo concreto. Cuando un padre romano a su hijo que era dulce et decorum pro patri mori, creía en lo que decía. Comunicaba a su hijo una emoción de la que él mismo participaba y que estaba convencido de que estaba en armonía con el valor que su juicio reconocía en morir noblemente. Daba a su hijo lo mejor de sí, disponiendo de su propio espíritu para humanizarlo, así como había dispuesto de su cuerpo para engendrarlo. Pero Ticio y Cayo no pueden creer que al llamar dulce y honorable semejante muerte "estuvieran diciendo algo immportante sobre algo". Su propio método de crítica desenmascarada se volvería contra ellos mismos si lo intentaran. Esto es así porque la muerte no se come y por tanto no puede ser dulce en sentido literal y tampoco es verosímil que las sensaciones reales que la preceden sean dulces, incluso por analogía. En cuanto a decorum, es sólo una palabra que expresa los sentimientos de otros respecto a vuestra muerte cuando quiera que vuelvan a recordarla, lo cual no sucederá a menudo, y ciertamente esto no os será de ninguna utilidad. Sölo dos son las alternativas que se le ofrecen a Ticio y Cayo. O llegan hasta el final y critican desenmascarando también este sentimiento, como todos los demás, o se ponen manos a la obra de producir, desde fuera, un sentimiento que a juicio de ellos no tiene valor alguno para el alumno y que, en cuanto que nos es útil a nosotros (supervivientes) que lo sienta, puede costarle la vida. Si optan por esta segunda posibilidad, la diferencia entre la educación antigua y la educación nueva, será muy grande. Donde la antigua iniciaba, la nueva se limitará a "condicionar". La antigua trataba a los alumnos como las aves adultas tratan a las aves jóvenes cuando les enseñan a volar; la nueva los trata, por el contrario, como el granjero industrial trata a los pollos, tratándolos de una manera u otro según se proponga unos objetivos u otros, de los cuales los pollos no saben nada. En una palabra: la antigua era un tipo de propagación: los hombres transmitían la propia humanidad a otros hombres. La nueva es pura y simple propaganda.

Debemos creer que Ticio y Cayo pueden haber elegido la primera posibilidad de la alternativa. La propaganda es lo que ellos abominan, pero no porque su filosofía proporcione argumentos para condenarla (o cualquier otra cosa), sino porque ellos son mejores que su teorías. Probablemente hay en ellos una noción vaga (me ocuparé de ella en la próxima lección) de que si fuera necesario valor, buena fe y justicia, podrían ser propuestas al alumno sobre el justificante de los que llamarían "razonable", "biológico" o "moderno". Mientras tanto dejan el asunto a su propia lógica y continúan su proceso de crítica.

La abolición del hombre (6)

Contra todo esto se alza el mundo del Libro Verde. En él, la misma posibilidad de que un setimiento sea razonable -o irrazonable- ha sido excluida por principio. El sentimiento será razonable o irrazonable según se conforme o no con alguna otra cosa. Decir que la cascada es sublime significa decir que nuestra sensación de humildad es apropiada u ordenada a la realidad y es, por tanto, hablar de algo distinto de las emociones, como decir que un zapato nos va bien significa no sólo del zapato sino también del pie. Esta referencia a algo fuera de las emociones es lo que Ticio y Cayo excluyen de toda frase que contenga un predicado de valor. Para ellos esas afirmaciones se refieren únicamente a las emociones. Ahora bien, la emoción, considerada en sí misma, no puede encontrarse ni en acuerdo ni en desacuerdo con la Razón. La emoción es irracional, no como es irracional un paralogismo, sino como es irracional un acontecimiento físico: ni siquiera puede alcanzar la dignidad de error. Desde este punto de vista, el mundo de los hechos, sin una traza de valor, y el mundo de los sentimientos o emociones sin una traza de verdad o falsedad, de justicia o injusticia, se enfrentan uno a otro y ningún rapprochement es posible.

En consecuencia, el problema educativo es completamente diverso según uno se sitúe dentro o fuera del Tao. Para quien se pone dentro, el objetivo es ir provocando en el alumno las respuestas que son en sí mismas apropiadas, las cumpla uno o no las cumpla, pues en actuar así consiste la verdadera naturaleza del hombre. Los que se sitúan fuera del Tao, si son consecuentes, deberán considerar todos los sentimientos como igualmente no-razonables, como simples velos entre nosotros y los ojbetos reales. En consecuencia deberán decidir si eliminar, en la medida de lo posible, todos los sentimientos de la mente del alumno, o bien fomentar algunos sentimientos por razones que no tienen nada que ver con su "justicia" u "orden" intrínsecos. Si eligen esto último se verán impulsados a la discutible de crear en otros, por "sugestión" o encantamiento, un espejismo que la razón de ellos ha penetrado eficazmente.

La abolición del hombre (5)

El pequeño animal humano no tiene desde el principio las reacciones rectas. Debe ser acostumbrado a sentir placer, inclinación, disgusto u odio por las cosas que efectivamente so placenteras, amables, molestas u odiosas. En la República el joven bien criado es auqel que "ve con la máxima claridad lo que falla en las obras defectuosas del hombre o en las malformaciones de las obras de la naturaleza, y con justa repulsa desprecia y odia lo feo desde sus primeros años y alaba entusiasta la belleza, dándole cabida en su corazón y nutriéndose con ella hasta hacerse un hombre de un corazón gentil. Todo esto antes de llegar a la edad de la razón, de modo que cuando, por fin, la Razón le llega, entonces así como ha sido nutrido, tenderá las manos para acogerla y la reconocerá gracias a la afinidad que lo asemeja a ella". En el primitivismo hinduísmo la conducta de los hombres que pueden ser llamados buenos consiste en el conformarse, o casi en el participar, al Rta, el gran ritual o esquela de lo natural y lo sobrenatural que se revela tanto en el orden cósmico, c omo en las virtudes morales o en el ceremonial del templo. Recititud, corrección, orden, la Rta se identifica constantemente con la Satya o verdad, con la correspondencia a la realidad. Así como Platón decía que el Bien estaba "más allá de toda existencia" y Wordsworthd decía que las estrellas eran más fuertes por la virtud, así también los maestros indios dicen que los mismos dioses han nacido de la Rta y la obedecen.

A su vez los chinos hablan de una cosa grande (la cosa más grande) llamado el Tao. Este es la realidad más allá de todos los predicados, el abismo que existía con anterioridad al mismo Creador. Es la Naturaleza, el Camino, el Sendero. Es el camino por el que procede el universo, el camino por el que constantemente emergen las cosas, silenciosas y tranquilas, en el espacio y en el tiempo. Y es también el camino que todo hombre debería recorrer e imitación de aquella progresión cósmica y supracósmica, conformado toda actividad a aquel gran modela. "En el ritual, se dice en los Analects, es la armonía con la naturaleza la que es apreciada". Del mismo modo, los antiguos hebreos alaban la Ley por su ser "verdadera".

A esta concepción en todas sus formas, platónicas, aristotélica, estoica, cristiana y oriental, la llamaré de ahora en adelante, para abreviar, simplemente Tao. Algunos de los fragmentos que he citado quizá a algunos puedan parecer algo curiosos o incluso mágicos. Es la doctrina del valor objetivo, la convicción de que algunos comportamientos son realmente verdaderos, y otros realmente falsos, en relación al tipo de realidad que es el universo y al tipo de realidad que somos nosotros. Los que conocen el Tao pueden sostener que llamar deliciosos a los niños y venerables a los ancionos no significa solamente registrar un hecho psicológico en torno a nuestras emociones paternales o filiales del momento, sino reconocer una realidad que reclama de nosotros una respuesta determinada, respuesta que nosotros podemos dar o no. Personalmente, yo no encuentro gusto en la sociedad de niños, pero si hablo desde el interior del Tao lo reconozco como un defecto mío, de modo semejante a como otra persona quizá deba reconocer que es sordo para la música o ciego para los colores. Y puesto que nuestros consensos y disensos son pues reconocimientos de un valor objetivo o reacciones a un orden objetivo, entonces los estados de ánimo pueden estar en armonía con la razón (cuando sentimos inclinación hacia aquello que debe ser aprobado) o en la disarmonía con la razón (cuando nos damos cuenta que no somos capaces de sentir la inclinación debida). Ninguna emoción es, por sí misma, un juicio. En este sentido, todas emociones y todos los sentimientos son alógicas. Pero pueden ser razonables o irrazonables según se conformeno no con la Razón. El corazón no podrá tomar nunca el lugar de la cabeza, pero, puede, y debería, obecerla.

La abolición del hombre (4)

En la práctica ellos se limitan a advertir que el lujoso buque no surcará en absoluto los mares de Drake, que los turistas no tendrán ningún tipo de aventuras, que los tesoros que traerán a casa al volver serán de naturaleza puramente metafórica, y que habría bastado un viaje a Margate para conseguir “todo el placer y el reposo” que necesitaban. Completamente cierto: para descubrirlo habían sido suficientes talentos inferiores a Ticio y Cayo. De lo que Ticio y Cayo no se han dado cuenta, o no se han preocupado en absoluto, es que se podía aplicar un tratamiento idéntico a gran parte de la buena literatura que describe las mismas emociones. Al fin y al cabo, ¿qué puede añadir, racionalmente hablando, la historia de la cristiandad británica de los orígenes a los motivos de religiosidad existentes en el siglo XVIII? ¿Por qué razón el hecho de que Londres exista desde hace tanto tiempo debería hacer más confortable la posada de Wordsworth y más saludable el aire de Londres? Pudiera ser que existan razones que impidan a un crítico “criticar” a Jonson y Wordsworth (y Lamb, y Virgilio, y Thomas Brocone, y el Señor del Mar) como el Libro Verde critica el anuncio, pero Ticio y Cayo no ayudan ni lo más mínimo a sus alumnos para que lo descubran.

De este pasaje el estudiante no aprenderá absolutamente nada de literatura. Lo que sí aprenderá inmediatamente, y quizá indeleblemente, es la convicción de que todas las emociones suscitadas por las asociaciones de ideas son en sí mismas contrarias a la razón y despreciables. Tampoco sabrá nunca que hay dos modos de ser inmunes a ese tipo de publicidad: que esa publicidad caerá en el vacío tanto con los que se encuentran por encima como los que se encuentran por debajo: con el hombre verdaderamente sensible y con el simple mono vestido que en el Atlántico no consigue ver nada más que millones y millones de toneladas de gélida agua salada. Dos son los hombres a los cuales sería inútil proponer un artículo de fondo sobre el patriotismo y el honor: uno es el cobarde, el otro el hombre de honor y patriota. Nada de esto se ofrece a la atención del estudiante. Por el contrario él es impulsado a rechazar el engaño de los “mares de Drake” sobre la base de que así él demostrará que es un individuo al cual no es fácil sacarle el dinero. Ticio y Cayo no sólo no le enseña nada de literatura sino que mucho antes de que sea lo suficiente maduro como para darse cuenta, le han quitado a su alma la posibilidad de tener ciertas experiencias que pensadores más autorizados que ellos han afirmado que son experiencias generosas, fructíferas y humanas.

Pero no se trata sólo de Ticio y Cayo. En otro librito cuyo autor llamaré Orbillo, observo que, bajo el mismo anestésico general, se realiza la misma operación. Orbillo escoge para criticar un insulso pasaje de la literatura sobre dos caballos, donde estos animales son elogiados como los “voluntariosos servidores” de los primeros colones de Australia y cae en la misma trampa que Ticio y Cayo. De Ruksh y Sleipnir y de las lágrimas del caballo de Aquiles y del caballo de guerra del libro de Job –pero tampoco de Beer Rabbit y de Meter Rabbit-, de la piedad del hombre prehistórico por “nuestro hermano el buey”, de todo aquello que la semiantropomórfica visión de los animales ha significado en la historia humana y de la literatura donde esa visión encuentra expresión, noble o aguda, no dice ni una palabra. De los problemas de la psicología animal que son objeto científico, tampoco dice una palabra. Se limita a explicar que los caballos no están interesados, secundum litteram, en la expansión colonial. En la práctica esta es la única información que los alumnos reciben de él. De por qué el texto que están analizando sea malo, mientras que otros, que sobre el mismo argumento mienten claramente, sean buenos, no se dice nada. Aún menos aprenderán sobre las dos categorías de hombres que se encuentran respectivamente por encima o por debajo del peligro de tal literatura: el hombre que verdaderamente conoce los caballos y verdaderamente los ama, y el irredimible ciudadano zopenco para el cual un caballo no es otra cosa que un anticuado medio de transporte. De esta manera habrán perdido el placer que les daban sus caballos y perros, habrán recibido un incentivo para la crueldad o la indiferencia, y en sus mentes se abrirá camino la complacencia en la propia astucia. La diaria lección de inglés, aún cuando de inglés no hayan aprendido nada, está toda en eso. Otra pequeña parte de la herencia humana les ha sido sustraída tranquilamente antes de que fuesen suficientemente mayores para entenderlo.

Hasta ahora he querido suponer que maestros del tipo de Ticio y Cayo no se dan plenamente cuenta de lo que hacen y no se imaginan el alcance real de las consecuencias de su actitud. Naturalmente existe otra posibilidad. Pudiera ser que lo que he definido (suponiendo la inclusión de un cierto sistema tradicional de valores) como el “mono vestido” o el “ciudadano zopenco” fuera precisamente el tipo de hombres que efectivamente ellos desean producir. Las divergencias entre nosotros podrían ser insuperables. Ticio y Cayo podrán realmente sostener que los sentimientos humanos comunes relativos al pasado o a los animales o a las grandes cascadas son contrarios a la razón y despreciables y que deben ser eliminados. Podrían proponerse hacer tabla rasa con los valores tradicionales e instaurar un nuevo código: esta postura la discutiremos más adelante. Si esta es la postura de Ticio y Cayo por el momento debo limitarme a subrayar que se trata de una postura filosófica y no de una postura literaria. Llenando de ella su libro, se comportan incorrectamente respecto a los padres o a los directores que lo compran, los cuales, en lugar del deseado manual de gramática, se encuentran que tienen en las manos la obra de dos filósofos aficionados. Cualquier padre se irritaría si su hijo volviera del dentista con los dientes como antes y con la cabeza imbuida de los obiter dicta del dentista sobre el mimetismo o la teoría baconiana.

No obstante dudo que Ticio y Cayo se hayan propuesto realmente propagar una filosofía propia bajo el pretexto de enseñar el inglés. Pienso más bien que han sido arrastrados por las razones siguientes. En primer lugar, si la crítica literaria es difícil, es mucho más fácil hacer lo que ellos hacen. Explicar por qué tratar equivocadamente ciertas emociones fundamentales humanas es literatura mal, es –si se excluyen todos los interrogativos a que darían lugar las emociones mismas- algo dificilísimo de hacer. Incluso el doctor Richards, primero que a afrontado seriamente el problema de la mala literatura, en mi opinión ha fallado en su propósito. “Criticar” las emociones, sobre la base de lugares comunes racionalistas, está casi al alcance de cualquiera. En segundo lugar, pienso que Ticio y Cayo, llenos de buena fe, han entendido mal las exigencias educativas del momento. Ven el mundo que les circunda arrastrado por la propaganda emotiva –han aprendido de la tradición que los jóvenes son sentimentales- y concluyen que lo mejor que puede hacerse es pertrechar las mentes contra las emociones. Por lo que a mí respecta, mi experiencia de educador me dice todo lo contrario. Por cada alumno que necesita ser protegido respecto a un morboso exceso de sensibilidad, tres piden ser despertados del sopor de una fría vulgaridad. La tarea de los educadores modernos no es destrozar junglas sino regar desiertos. La defensa adecuada de los falsos sentimientos es inculcar sentimientos rectos. Forzando al ayuno la sensibilidad de nuestros alumnos no hacemos otra cosa que convertirlos en la presa fácil del propagandista cuando éste se les presente. Esto es así porque una naturaleza hambrienta reclama siempre su parte y ciertamente un corazón duro no es una protección infalible contra una cabeza blanda.

Pero ay aún una tercera, y más profunda razón para el modo de proceder que adoptar Ticio y Cayo. Estos podrían estar perfectamente dispuestos a admitir que una buena educación debería construir algunos sentimientos y destruir otros. Podrían esforzarse por hacerlo. Pero sería imposible que lo lograsen. Por mucho que se esfuercen, la última palabra la tendrá siempre el aspecto “crítico” de su trabajo. Para ayudar a captar más claramente esta idea deberé, por un momento, hacer una digresión y mostrar que lo que podríamos llamar “la categoría educativa” de Ticio y Cayo es diversa de la de todos sus predecesores.

Hasta la época moderna, todos los educadores e incluso todos los hombres estaban convencidos de que el universo era tal que ciertas reacciones emotivas por nuestra parte podían serle adecuadas; que realmente, los objetos no sólo recibieran, sino que pudiesen merecer nuestra aprobación o desaprobación, nuestro respeto o nuestro desprecio. La razón por la cual Coleridge concordaba con el turista que calificaba de sublime la cascada y disentía de quien la llamaba hermosa estaba, naturalmente, en su convicción de que la naturaleza inanimada es tal que determinadas reacciones le resultaban más “justas” u “ordenadas” o “apropiadas” que otras. E imaginaba (correctamente) que los turistas pensaban del mismo modo. El hombre que calificaba de sublime la cascada no pretendía describir simplemente las propias emociones, sino proclamaba que el objeto era tal que lo merecía. Ante tal afirmación no habría nada que añadir u objetar. Disentir de es hermosa sería absurdo si esas palabras se limitasen a describir los sentimientos de la señora: si ella hubiera dicho me siento mal, difícilmente Coleridge hubiera constado no, yo me siento muy bien. Cuando Shelley, después de haber comparado la sensibilidad humana a una lira eólica, añade que éste se distingue de una lira por su poder de “adaptación” interna, gracia al cual es capaz de “sintonizar las propias cuerdas a los movimientos de aquello que golpea”, manifiesta la misma convicción. “¿Podemos ser rectos”, se pregunta Traerme, “sin ser justos a la hora de tributar a las cosas la estima que se les debe? Cada cosa ha sido hecha para ser vuestra y vosotros habéis sido hechos para apreciarla según su valor”.

San Agustín define la virtud como ordo amoris, la ordenada distribución de los afectos según la cual a cada objeto se le tributa el género y grado de amor que le es apropiado. Aristóteles afirma que el objetivo de la educación es inculcar en el alumno el gusto y la aversión por aquello que sería justo que sea amase o aborreciese. Llegado a la edad de la reflexión el alumno acostumbrado de ese modo a los “afectos ordenados” o a los “justos sentimientos” descubrirá fácilmente los primeros principios de la Ética; pero el hombre corrompido no le serán nunca visibles y le será imposible progresar en esa ciencia. Antes de él, Platón había dicho lo mismo

La abolición del hombre (3)

El estudiante de este pasaje del Libro Verde se convencerá de dos cosas: en primer lugar, que todas las frases que contienen un predicado de valor corresponden a afirmaciones sobre el estado de ánimo del que habla y, en segundo lugar, que todas las afirmaciones de este tipo son irrelevantes. Ciertamente Ticio y Cayo no han dicho nada de todo esto, sino que se han limitado a tratar un determinado predicado de valor (sublime) como una palabra que describe el estado de ánimo del que hablaba. Los alumnos son dejados en libertad para ampliar el mismo tratamiento a todos los predicados de valor. Los autores pueden haber deseado o no esa ampliación. Quizá no hayan dedicado a es problema ni cinco minutos de atención. Pero lo que me interesa no es lo que ellos han deseado sino los efectos que seguramente producirá su libro sobre la mente del alumno. También es cierto que ellos no han dicho que los juicios de valor son irrelevantes. Sus palabras son que “parecemos decir algo importante”, cuando en realidad “estamos únicamente hablando de nuestros sentimientos”. Ningún estudiante será capaz de resistir a la sugestión que la palabra únicamente actúa sobre él. Con esto no pretendo, naturalmente, decir que relacionará conscientemente lo que ha leído con una teoría filosófica general según la cual todos los valores son subjetivos o banales. El verdadero poder de Ticio y Cayo depende del hecho de que ellos se encuentran ante un niño: un niño que cree que se está “preparando en inglés” y no se da cuenta en absoluto de que están en juego ética, teología y política. Lo que se les inculca no es una teoría, sino una presunción, que de aquí a diez años, olvidado su origen e ignorada su presencia, lo llevará a tomar posición en una controversia que nunca reconoció como tal. En cuanto a los autores, considero que difícilmente se dan cuenta de lo que están haciendo al muchacho, ni el muchacho puede darse cuente de lo que hacen.

Antes de tomar en consideración las credenciales filosóficas de la posición que Ticio y Cayo han adoptado en materia de valores querría mostrar los resultados prácticos de su método educativo. En el cuarto capítulo del libro ponen el ejemplo de la insulsa publicidad de un crucero de placer y se ponen a inmunizar a los alumnos contra el género de literatura que se presenta ahí. El anuncio dice que quien compra el billete del crucero surcará “los mismos mares de Drake”, “a la búsqueda de los tesoros de las indias”, y volverá a casa cuando vuelva con un “tesoro” de “horas doradas” y de “brillantes colores”. Obviamente se trata de un trozo de mala literatura: del pedestre aprovechamiento comercial de los sentimientos de reverencia y de placer que tienen los hombres cuando visitan lugares que tienen especiales lazos con la historia o la leyenda. Si Ticio y Cayo fueran consecuentes y enseñasen a los lectores el arte de la redacción inglesa (como se supone que hacían), su deber sería poner junto al anuncio pasajes de grandes escritores en los cuales se expresaran bien las mismas emociones, y a partir de ahí mostrar dónde está la diferencia.

Habían podido transferir el famoso pasaje de las Western Islands de Jonson, donde dice: “Es poco envidiable aquel hombre cuyo patriotismo no salga reforzado de la llanaura e Maratón, o cuya piedad no se haga más viva entre las ruinas de Iona”. Habrían podido citar el pasaje de The Prelude donde Wordsworth describe como la antigüedad de Londres se reveló a su mente por primera vez con “peso y fuerza, y la fuerza crecía a la vez que el peso”. Una lección que pusiera tales modelos junto al anuncio y distinguiese realmente lo bueno de lo malo sería una lección digna de este nombre. Tendría en sí sangre y linfa: el árbol de la ciencia enlazado con el árbol de la vida. Además tendría el método de ser una lección de literatura: asunto en el cual Ticio y Cayo, a despecho del objetivo que se los supone, parecen extrañamente reacios a aventurarse.